jueves, 22 de abril de 2010

Leonardo ya lo sabía


Las personas, a diferencia de los animales, seres estos infinitamente más inteligentes que nosotros, hacemos todo aquello que vemos hacer a los demás. Esto es debido a una ley muy primaria por la que se rige el ser humano desde sus orígenes, y que no distingue entre clases sociales. La ley del culo veo, culo quiero, viene a englobar en su desarrollo parámetros tales como la envidia o la falta de talento y/o personalidad. Con la sola aplicación de esta ley, es posible probar muchos de los repetidos comportamientos generalizados que, de forma cotidiana, podemos observar en cualquier parte, como por Ej., las modas. Que un chaval de doce años adopte, de la noche a la mañana, la costumbre de llevar un pantalón a medio caer, sin importarle enseñar los calzoncillos, o que muchas mujeres se den de guantazos en los mercadillos para conseguir el último bolso de imitación…de Dolce & Gabbana, son conductas culo veo, culo quiero. Sin embargo, aunque pueda resultar atractivo demostrar que, efectivamente, nuestras capacidades intelectuales o de raciocinio, inexistentes en los animales, no nos hacen superiores a ellos, no es ese el motivo de mis observaciones. Mi interés radica en otro tipo de acciones bien simples, (aunque no por ello dejan de ser fascinantes) que de forma automática el ser humano desempeña y que, aparentemente son más difíciles de explicar. Sea este el caso del consabido matrimonio que por los siglos de los siglos forme la oreja, cual fuera izquierda o derecha,  de cualquier carpintero y su eterno lápiz; pensemos acerca de ello. Dudo que la colocación de dicha barra de grafito y madera, en la oreja, por parte de estos artesanos del embero y el sapeli, sea fruto de moda alguna. El origen de esta maravillosa maniobra hay que buscarla en la perfecta  distribución mecánica de las articulaciones superiores que conforman nuestro cuerpo en relación al uso inconsciente que hacemos de ellas. (Las articulaciones). Si nos colocamos en la posición de trabajo del carpintero, bien sentados o bien de pie, y cogemos verticalmente un lápiz con la mano, podremos comprobar que, haciendo bascular el antebrazo sobre una bisagra imaginaria que sería el codo, y trazando una curva en dirección hacia nosotros mismos cuya cuerda correspondiera a la distancia entre los extremos de la hipotenusa  de un triángulo rectángulo, siendo a la vez el codo el vertice del ángulo opuesto a la hipotenusa de dicho triángulo, el lápiz irá a parar justo a la parte superior de nuestra oreja, acoplándose entre ésta y un lateral de la cabeza de forma matemática y precisa. Es habitual, cuando pensamos, rascarnos en la sien, así pues, si un carpintero se lleva la mano a la sien para rascarse mientras piensa, a la vez que  tiene el lápiz entre los dedos, enseguida se dará cuenta de que puede dejarlo en la oreja, para de este modo disponer de ambas manos libres. Apuesto a que el mismo Leonardo Da Vinci era conocedor de esta técnica y sabedor de las ventajas que le reportaba. Ahora bien, me asalta una duda: ¿cómo es que este hombre, inventor de casi todo…, no inventó el lápiz plano de carpintero cuyo diseño permite un mejor ajuste ergonómico lápiz-oreja-sien? O…es que acaso… ¿sí que lo inventó y nadie lo sabe?. Revisaré sus dibujos, tal vez haya pasado desapercibido para los investigadores.



2 comentarios:

  1. Valla. con la polla el lapiz no hay que darle tantas vueltas, lo primero es que no funciona lo del codo y cuando te vea te lo demuestro, lo segundo es que el lapiz plano se adapta mejor a los dedos para trazar y no para la oreja por que el que las tiene un poco separadas ya me diras como se lo sujeta bueno con esparatrapo liao en el lapiz, tercero mira que te gusta darle vueltas a las cosas.

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  2. se nota que este tio de de Jaén (ni pollas)

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