jueves, 2 de junio de 2011

Mitad y mitad

Me compré una tele súper moderna de cuarenta pulgadas. A los pocos días, cuando me fui a la cama, me asaltaron las dudas. Al día siguiente la descambié por otra mucho mayor. Cuarenta y seis pulgadas de satisfacción y asunto arreglado. Luego encargué un mueble para poder colocar la tele. El mueble era súper-híper moderno también y así, mientras lo fabricaban, decidí pintar el salón para matar dos pájaros de un tiro. Elegí una pintura súper-híper-mega moderna de lo más chic que por su nombre (Kalajari), me aseguraría el éxito. Calculé, obré y pinté una de las paredes de la futura sala de estar. Acabé, miré, me senté y pensé:-Que bien está, que buena idea ha sido pintar una de las paredes de este color teja. Me fui a la cama y justo antes de dormir me asaltaron las dudas. Al día siguiente sentía como dentro de mi cabeza se libraba una guerra terrible entre mi yo verdadero y mi verdadero yo y, tras abandonar súbitamente la idea de desayunarme una tercera magdalena de la Bella Easo, me puse manos a la obra y me fui a comprar otra lata de pintura, esta vez de color champagne y de nombre Arena. Repinté la susodicha pared y me dije: - ¡A tomar por culo el Kalajari! ¡Bienvenida pared de color champagne! Entonces llegó el mueble. Vinieron dos hombres, uno gordo y el otro no. El gordo me cayó gordo desde el principio pues su forma de trabajar no era de mi agrado. Mientras iban montando el mueble algo dentro de mi (algún ángel de la guarda supongo) me decía…¡vaya mierda de mueble! y, resignado sufrí la maniobra de estos dos señores. Cuando se marcharon me quedé mirando el mueble (el mismo que en la tienda parecía tan bonito) y entonces me derrumbé. –Joder, me dije, no doy una, además, ahora no se ve la pared champagne con efecto arena. Me fui a la cama y, como no, me asaltaron las dudas. Esa noche dormí fatal. Al día siguiente, mi otro yo quería empezar otra batalla pero no le di opción. Pensé, -¿estar toda la vida mirando un mueble que no me gusta?. No. Mientras yo tenga dos manos esto no va a pasar. El mueble no se puede descambiar pero yo…puedo rediseñarlo y reconstruirlo. Así, no habiendo transcurrido ni siquiera venticuatro horas desde que los dos tipos instalaran aquel tetris de melamina y cristal, me puse a desmotarlo por completo. Un mes después y tras muchas horas de carpintería, “otro” mueble de corte minimalista habita en el salón. Ahora me siento bien cuando lo miro y además, lo he hecho yo…Llegó el momento de comprar la alfombra. Las medidas estaban pensadas y requetepensadas. Compro la alfombra (por supuesto, una alfombra de última generación), la coloco…-umm, queda bien. O…no…,no se, parece que es muy grande. Me voy a la cama y una vez más, me asaltan las dudas. Al día siguiente desayuno tranquilo. Esta vez si que me como la tercera magdalena porque debajo de la manga guardo el as de la templanza. –Bien Luis, ahora, cuando acabes de desayunar vas a buscar un cúter y vas a cortar la alfombra a la medida adecuada. Después hablarás con el zapatero del barrio para que te oriente acerca de la forma idónea de rematar el corte con una aguja especial y un hilo fuerte y para la tarde, la alfombra estará reparada. Y así lo hice. Y luego llegó el momento de buscar una solución para la ventana acorde al nuevo salón. Días y días pensando y diseñando para al final decidir instalar unos paneles japoneses. El sistema de mecanismos de los paneles japoneses de Ikea conformado en base a una manufactura bastante precisa me hizo decantarme por esta solución. Armado hasta los dientes con muy buenas intenciones ataco de nuevo…-esta vez no puedo equivocarme, me dije. Monté los paneles  y…una de las veces que bajé de la escalera, cuando todo parecía ir bien en mi cabeza, un extraño escalofrío me recorrió de arriba abajo. – joder, no puede ser, hace un momento me parecía perfecto y ahora ya no…¿Qué coño me pasa?. Me fui a la cama muy decepcionado y, por supuesto, me asaltaron las dudas. Al día siguiente, fue visto y no visto. Desmonté los paneles y los devolví. Pondré estores…y algún día terminaré el salón.Todo esto me lleva a una reflexión: todo lo que tengo de listo lo tengo de tonto. Pero muy lejos de ser esto un problema quizás sea lo mejor. Los que son tontos del todo nunca dejan de ser tontos. Los que son demasiado inteligentes acaban por volverse locos o tontos también. Yo, al tener mitad y mitad, digamos que estoy compensado. Quizás es necesario ser un poco tonto y tal vez esto explique por qué muchas personas inteligentes se hacen los tontos alguna vez para coseguir aquello que no pueden conseguir siendo listos.