domingo, 3 de octubre de 2010

Yo y mi aburrimiento


Diecisiete de Agosto, playa de La Salvé, Laredo, Cantabria. Con el cielo todavía naranja, yo y mi aburrimiento nos vamos a la caza y captura de personas que se comportan de forma extraña y cuyas conductas coinciden con las de otras, que a su vez imitan a muchas y muchas más. Parece ser que en vacaciones la gente se desinhibe en cuanto a su manera de sobreactuar y, por supuesto, copiar a los demás. Esta es la primera conclusión que saqué nada más poner mis zapatos (que no mis pies) en la arena y ver a una docena de hombres cincuentones de gran barriga cervecera que caminaban al trote (se supone que haciendo deporte) en dirección contraria a otra docena de, en este caso, mujeres cincuentonas que no tenían barriga pero si un enorme culo muy mal disimulado por el pareo de marras y que también caminaban al trote, un nutrido grupo de gente muy chic haciendo tai chi a las órdenes de un argentino muy che que se parecía a Sandokan, y un par de otros volando cometas. Resumiendo, que yo era el único que estaba en la playa a las ocho de la mañana sin hacer cosas que se hacen en la playa a las ocho de la mañana. Durante un buen rato anduve perdido en el pensamiento de saber que si al día siguiente, o al otro, o al otro, o al otro…volvía a la playa a las ocho de la mañana, me volvería a encontrar a otra docena de hombres y mujeres caminando al trote, otro nutrido grupo de gente chic haciendo tai chi a las órdenes de un profesor argentino muy che, y otro par de otros volando cometas y, por supuesto, sabiendo que si volvía a la playa al día siguiente, o al otro, o al otro, o al otro…volvería a ser testigo del, a mi juicio, comportamiento social repetitivo por excelencia de las ocho de la mañana en cualquier playa del mundo mundial: el paseo a pies descalzos (sandalias/playeras/mocasines/etc. en mano) por la orilla del mar. De todas las tonterías que se pueden hacer en la playa, es la de pasear descalzos por la arena, la que seguramente pone de manifiesto de una forma más elevada, la idioted humana. Porque, si bien es cierto que al primer golpe de mar, nuestros pies, por aquello de saberse eternamente libres en un paraíso de agua y espuma y horizontes de barquitos veleros, se relajan y se muestran muy agradecidos, después de apenas diez o quince minutos, se van a ver sometidos a la tortuosa tortura de tener que soportar nuestro peso por un terreno hostil como no hay otro: la arena de la playa. No entiendo como tanta gente es capaz de caminar en tan malas condiciones durante tanto tiempo (algunos lo hacen durante horas) cuando, la verdadera sensación de placer y bienestar para los pies llegará en el momento en que abandonemos la arena de la playa y, tras calzarnos los zapatos, pisemos firme sobre terreno duro. Pensamiento avanzado: en la playa hay que hacer cosas de playa y punto. Caminar por la orilla es bueno porque todo lo que pase junto al mar es bueno, porque para eso es el mar, y los pies no pueden sufrir porque lo diga el filósofo este de pacotilla.