jueves, 13 de mayo de 2010

Mi circo de los viernes


Una vez por semana voy a comer a un restaurante de buffet libre y self service (autoservicio). Es un restaurante no muy grande, con las mesas muy juntas, donde todos estamos como en una gran familia, codo con codo. Me encanta, me lo paso bomba estudiando a cada uno de los variopintos personajes que allí acuden, algunos como yo, de forma regular. Desde "el tomatero", un señor gordito con el pelo rizado, que siempre se sirve  de primero, un plato con veinte o veinticinco  tomates cherry, hasta "el intelectual", un ejecutivo de unos cuarenta y cinco  que, mientras come,  sostiene con la mano de su brazo izquierdo estirado  a la altura de su hombro, un libro de reciente edición. Del primero, me llama la atención la absoluta fidelidad (seguramente derivada de algún trastorno de ansiedad) a esta fruta-hortaliza. Es tanta su afición a la ingesta desproporcionada de este elemento tomatil, que es fácil distinguirlo por el intenso color rojo de su plato. Del segundo, el intelectual, me hace pensar su exagerada concentración en la lectura pues, seguramente le absorba el noventa y cinco por ciento  del  tiempo del almuerzo. Una vez, no le quité ojo, desde que llegó, hasta que se marchó, y pude contar tres patatas fritas y una albóndiga, como cantidad exacta de comida concerniente a su menú. Este comportamiento, y sus aires de superioridad,  (es dado a mirar muy sutilmente   por encima del libro hacia el horizonte de la ignorancia del resto de comensales que no llevamos, ni chaqueta y corbata, ni libro de reciente edición), delatan a este señor como un verdadero payazo. Luego están "las chicas diez".  Son cuarentonas de gimnasio al borde del abismo de la primera pata de gallo y las irremediables cartucheras que, en un intento desesperado por mantenerse eternamente jóvenes, se despachan un par de platos de kilo y medio de ensalada de pasta cada uno , eso si, disimuladamente regada con un potpourri de salsas tártaras, mahonesas y vinagres de Módena. Agua para beber, y de postre, una pera. Siento pena de ellas porque las veo sufrir. Hacen como que no les importa, como que van de chicas sanas y todo eso pero, lo cierto es que sus caras reflejan la amargura del sacrificio constante, cuando pasan de largo junto a la bandeja de los pasteles o la máquina de helados.  Pero quizás, lo más divertido de todo, sea el ejercicio de adivinar qué personas acuden por primera vez a un restaurante de buffet libre. Aquí es cuando verdaderamente me troncho de la risa. A la entrada del local hay un cartel que dice: “All you can eat”. Este mensaje, que te invita a comer todo lo que puedas, ejerce sobre los primerizos una influencia tal, que te lleva a querer llenar la barriga como si nunca más fueses a comer. Reconozco que a mi me ocurrió lo mismo el primer día. Una vez que pagas en caja, una extraña sensación de que todo es gratis se apodera de ti y te incita a querer probar todos los platos. Por eso, es fácil distinguir a los que entran por primera vez, porque llenan sus bandejas con  el doble de comida que el resto, algunos, incluso el triple. He visto a novatos del buffet libre comer espagueti con los dedos, y gente que se sirve dos cafés y un té al mismo tiempo. Mis observaciones me dicen que la gula se manifiesta por igual en personas de toda clase social. A este restaurante , acuden desde estudiantes hasta empresarios, y en todos los casos, siempre refiriéndome a la primera vez, el apetito desordenado es el denominador común entre ellos. Con un poco de suerte además, se pueden observar otras conductas más complejas, conformadas a partir de la mezcla de varias de ellas; de este modo pude ver, en una ocasión, como un señor de postín se guardaba un plátano en el bolsillo de la chaqueta con una mano, mientras con la otra hablaba por su flamante   iPhone. Un clarísimo ejemplo de clepto-gula. Pero un restaurante de buffet libre, da incluso para más. Desde "el maniático"  que limpia una y otra vez los cubiertos hasta que relucen y ordena sin cesar el taco de servilletas en la bandeja, hasta "el torpe" que derrama la coca cola en el libro del intelectual y te pisa cuando se levanta para recoger de debajo de su mesa uno de los tomates cherry que se le cayeron al señor gordo de los pelos rizados. "El que come al revés", empezando por la fruta y terminando por la sopa,  o "el mal educado", que te pone sus platos sucios en tu mesa y se queda tan fresco. "El pintor"…, un bohemio que casi siempre aparece con un enorme cuadro de 1.20 x 1.20m y altera la paz del restaurante porque tenemos que levantarnos todos para que él pueda  pasar, o "la de los pistachos", una  con cara de estar chiflada que solo come pistachos y pan con mantequilla. Resumiendo, todo un circo..., mi circo de los viernes.