Por fin he comprado en Ikea la papelera Dokument. Al cogerla entre mis manos por primera vez y acariciar su piel plateada de acero con revestimiento de epoxy en polvo, he sentido una atracción maravillosa. Ahora, su perfecta y preciosa figura troncopiramidal de base cuadrada, viste por fin una de las esquinas de mi espacio de trabajo. Tornillos oxidados, cables mordidos, restos de estaño y hasta la media docena de migajas de la insustituible torta de Inés Rosales que cada día ocupaba un espacio indeterminado, ya tienen donde habitar.
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